Empecemos por aclarar qué es la empatía. Podemos definir la empatía como el uso de la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir lo que otra persona está sintiendo (empatía afectiva) y pensando (empatía cognitiva). Esto es posible gracias a que estamos diseñados para poder “resonar” con los estados de las otras personas a través de nuestro cerebro límbico y de las neuronas espejo.

Giacomo Rizzolati, a quién se le atribuye el descubrimiento de las neuronas espejo, dice: “Somos criaturas sociales. Nuestra supervivencia depende de entender las acciones, intenciones y emociones de los demás. Las neuronas espejo nos permiten entender la mente de los demás, no sólo a través de un razonamiento conceptual sino mediante la simulación directa. Sintiendo, no pensando.“

Alguien se puede estar preguntando en este momento: entonces, si estamos diseñados para ello y parece que juegan un papel importante para nuestra supervivencia, ¿cómo es que a veces nos comportamos de manera poco empática?

Te voy a contar mi teoría. Uno de los principales motivos por los que creo que no somos empáticos es porque, como seres humanos, también somos muy egocéntricos y vivimos más conectados a nuestro mundo interior que al mundo exterior y a los demás. Una de las ideas que expuse en el primer artículo de esta serie de errores habituales en comunicación: cuando no escuchamos, era la idea de que nos sentimos tan cómodos en nuestra propia concepción del mundo, que nos da pereza abrirnos a otras posibles “realidades”, por llamarlo de alguna manera. Y justamente esto es lo que ocurre cuando actuamos de manera empática, podemos salirnos de nuestra propia visión del mundo y nos abrimos a la de los demás.

En general, nos gusta sentirnos seguros. Y que mejor manera de sentirnos seguros que generando una ilusión, a modo de certeza, sobre cómo deberíamos ser las personas y el mundo en general. Esto es solo una fantasía que nos permite evitar sentir la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, a lo diferente. Cuanto más rígidos seamos con esta imagen sobre como deberían de ser las cosas, más nos separamos del mundo y de los demás, porque las cosas nunca van a ser como queramos que sean. Así empiezan el sufrimiento y los conflictos.

Una vez establecido este marco, volvamos al mundo de la relaciones humanas y de la comunicación. Vamos a suponer que estamos comunicándonos con otra persona y queremos realmente conectar con ella para ofrecerle lo más valioso que tenemos: nuestra presencia, es decir, estar disponible para ella, con toda nuestra atención. Si sus puntos de vista y sus emociones nos encajan, nos será más fácil. Lo percibiremos como “alguien de los nuestros”, permaneceremos relajados y habrá más probabilidades de que todo fluya. Dicho de paso, esto más que empatía es simpatía. Ahora bien, ¿qué va a ocurrir cuando diga o muestre algo que no nos encaja? Lo más probable es que sintamos un “clic” dentro de nosotros en forma de tensión, como si fuera una señal de alarma que advirtiera: ¡Hay algo que no cuadra con mi manera de entender el mundo!

¿Y ahora qué? Aquí es donde de verdad se pone a prueba nuestra capacidad de ser empáticos. Iremos a ello más adelante, pero antes te expongo tres maneras para identificar cuando estamos actuando de manera poco empática.

Tres reacciones habituales típicas de cuando actuamos de manera poco empática

  1. Cuando pensamos, decimos o ponemos cara de: ¡pero qué estás diciendo! Si ocurre esto muy probablemente vamos a perder la conexión con la otra persona, solo porque está expresando algo que a nosotros no nos cuadra.
  1. Cuando emitimos una crítica o un juicio, independientemente de que se quede dentro de nuestra cabeza o salga en forma de palabras, tampoco estamos actuando de manera empática. Y en el fondo, esto sólo pone de manifiesto que tenemos una manera distinta de ver las cosas.
  1. Cuando, a pesar de ser empáticos, le decimos a la otra persona lo que debe pensar, hacer o sentir. Cuando hacemos esto dejamos de serlo. Por un lado, no permitimos a la otra persona que sienta o exprese lo que está viviendo. Y por el otro, la solución que le damos es la que nos parece adecuada a nosotros, pero que no necesariamente es lo que ella necesita.

Si lo piensas y lo sientes con calma y profundidad, ninguna de las tres reacciones tiene mucho sentido. Esa otra persona con la que estás hablando necesariamente tiene una visión del mundo distinta a la tuya. No puede ser de otro modo. El motivo, algo obvio que a menudo se nos pasa por alto. El motivo por el que las otras personas tienen una visión del mundo distinta a la tuya es justamente porque son ellas y, al ser ellas, no son tú. Cada persona ha heredado una genética, una cultura social y familiar, unos valores y creencias. Y a través de sus experiencias vividas, y en función de lo sumisa o rebelde que haya sido con todo esto, ha generado su visión de sí misma, del mundo y de las personas. Tal vez ha construido una visión del mundo distinta a la tuya, pero lo ha hecho a través del mismo proceso que hemos utilizado tú y yo.

Entonces, ¿qué hacemos?

Estaría siendo poco respetuoso y poco empático contigo si te dijera lo que tienes que hacer. Sólo te dejare tres actitudes que nos permiten actuar de una manera más empática, para que las puedas utilizar algún día si lo deseas.

Tres actitudes para comportarnos de manera más empática

  1. Curiosidad. Cuando notes ese clic interno de que algo no te cuadra, en lugar de querer que te cuadre a ti, escucha con curiosidad o pregunta para averiguar cómo es que le cuadra a la otra persona.
  1. Mirarse a uno mismo. Cuando notes que estás criticando o juzgando a alguien, mira dentro de ti y plantéate qué conflicto tienes tú con eso que estás juzgando y si hay algo que puedes aprender de esa situación.
  1. Presencia. Cuando la otra persona exprese emociones o pensamientos dolorosos, en lugar de decirle lo que tiene que pensar, hacer o sentir, simplemente permanece presente dándole internamente la bienvenida a todo eso, sin hacértelo tuyo. Y si te cuesta, nuevamente te puedes plantear qué conflicto tienes tú con eso que te está mostrando la otra persona y que te dificulta estar presente.

Y llegamos al fin de este artículo. Honestamente creo que si como especie desarrolláramos más nuestra empatía, habría menos “vosotros/as”, menos “ellos/as” y más “nosotros/as”. Es decir, menos separación y menos exclusión y más unión e integración. En definitiva, más seres humanos. Y con esto creo que se solucionarían muchos de los conflictos de los tiempos que vivimos, pues los conflictos externos suelen ser fruto de nuestros conflictos internos, aunque muchas veces seamos inconscientes de ello.

Por otro lado, el exceso de empatía también puede dificultar nuestras relaciones y la comunicación. Es por esto que en otro artículo abordaré las situaciones en las que actuamos de manera demasiado empática.

¡Gracias por leer!

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