Si en el primer artículo de la serie de errores habituales en comunicación me centré en la escucha, en este segundo artículo abordaré situaciones en las que hablamos sin saber qué queremos comunicar. Aunque pueda parecer un sinsentido, es algo que a menudo hacemos los seres humanos. Veámoslo a través de cuatro situaciones típicas.

Situación 1: Realmente no tengo nada que decir… ¡Pero es mejor hablar a que se haga el silencio!

A veces simplemente no hay nada que decir pero a muchas personas les incomoda el silencio. Estamos tan acostumbrados al ruido externo (personas que hablan, coches, motos, televisión, radio, música, etc.) y al interno (pensamientos que se suceden a mil por hora o cuando nos hablamos a nosotros mismos) que estar en silencio es algo tan extraño que no sabemos permanecer en él y quedarnos callados.

En realidad podríamos vivir y estar en relación con otras personas sin hablar, solo conectando con el momento presente. Viendo, escuchando, sintiendo, oliendo, degustando el momento… Desde ahí podemos comunicarnos a otros niveles y establecer otro tipo de conexión con el otro. Te pongo un ejemplo. Seguro que alguna vez has experimentado el mirar a los ojos a alguien en silencio por algún tiempo. ¿Verdad que pasan cosas? Incluso alguna vez te habrán dicho: ¿Qué miras? Y la respuesta podría ser muy obvia: “A ti, la persona con la que comparto este momento”. Se mueven tantas cosas que para muchas personas es altamente incómodo y entonces, es mejor empezar a hablar de cualquier otra cosa para huir de esa incomodidad.

Además, en general acumulamos tanto estrés que cuando conectamos con el aquí y ahora, el cuerpo y la mente nos piden seguir ocupados haciendo algo. Entonces una de las posibilidades es empezar a hablar de cualquier cosa, no porque sea relevante o de interés, sino para evitar estar callados. Y esto puede desencadenar en una verborrea de difícil digestión para el que escucha.

Así pues, sino tienes nada que decir, te invito a que practiques el estar en silencio y observar todo lo que pasa a tu alrededor. Te sorprenderás de la vida que hay más allá de las palabras y los pensamientos. Haz la prueba.

Situación 2: No sé que responder… ¡pero la otra persona espera una respuesta! (Y yo me exijo tenerla)

Muchas veces alguien nos pregunta algo sobre lo que no tenemos ni idea pero para seguir con el tempo y la dinámica de la conversación (y para que no se note que no tenemos ni la más remota idea) empezamos a hablar sobre cualquier cosa que se pueda relacionar  con la pregunta que nos han hecho, aunque que sea por los pelos. Hay una respuesta mágica para estas situaciones. Prepárate porque es muy poderosa… lo que puedes decir cuando alguien te pregunta algo que no sabes es: “No lo sé”. Respiras y te quedas tan ancho.

No tienes porqué saber las cosas que los otros piensan que deberías de saber. Si asumes esa presión lo más probable es que te bloquees o acabes soltando alguna chorrada. Cuando dices “no lo sé” y te quedas tan tranquilo, van a pasar cosas. Puedes observar la reacción del otro… como maneja el no saber… Puedes observar si te critica o te desprecia por no tener la respuesta, mejor no enredarse con eso. Además, si mantienes la calma probablemente emerja de tu interior alguna idea nueva que si hubieras empezado a hablar por hablar, no habría aparecido.

En cualquier caso, recuerda siempre que tienes derecho a no saber y a decir no lo sé. Luego te relajas y observas el momento presente.

Situación 3: Siento que quiero decir algo… ¡pero no sé cómo decirlo y me pongo nervioso!

A veces simplemente sentimos que queremos expresar algo pero no encontramos las palabras. Como he dicho antes, cuando no sabemos gestionar el silencio y la sensación de no saber, lo más probable es que empecemos a hablar para que la incomodidad no vaya a más. Pero cuanto más te estreses, menos vas a encontrar las palabras para describir lo que sientes. Nuevamente te sugiero parar, conectar con el cuerpo, con las emociones, y dejar que emerja algo de tu interior. Y si ahora no sale, pues ya lo expresarás cuando salga. Todo lo que llega a nuestra consciencia antes se ha estado cociendo en un segundo plano, a nivel inconsciente. A veces sólo es cuestión de esperar a que alcance el punto de cocción adecuado para tener el plato listo.

Entonces, si sientes que quieres expresar algo pero no encuentras las palabras, relájate, deja que ese proceso vaya haciendo su curso. ¿Te ha pasado alguna vez que buscas desesperadamente algo que no encuentras y cuando te rindes, ves que lo tenías delante de los morros? Pues es muy parecido. Cuando sueltas la obligación y la presión de querer decir lo que todavía no sabes cómo decir, las palabras pueden aparecer mucho más fácilmente.

Situación 4: Es que soy muy vergonzoso… ¡Y hablo mucho para que no se note!

Tengo malas noticias… se nota igualmente. Cuando sentimos algo que nos incomoda, por ejemplo vergüenza, el querer ocultarlo suele acabar haciéndolo más intenso o desagradable. Además requiere de un gasto de energía enorme que no está disponible para otras cosas. Cuando lo soltamos o lo sacamos a la luz, muchas veces se transforma en algo diferente. Además, ¿no te parece que un primer paso para trabajar la vergüenza puede ser no avergonzarse de sentir vergüenza? En cualquier caso, siempre puedes decir un: “yo es que soy de hablar poco.” Y luego ya sabes, respiras, te quedas en silencio y observas que está pasando en ese instante, sin juicio, y con curiosidad por descubrir qué va a ser lo siguiente.

Y llegamos al fin. Voy a confesarte algo. En realidad no creo que haya ningún problema en hablar por los codos y decir cosas sin sentido. Puede ser hasta divertido y creativo. A veces lo hago. Para mí el problema es cuando no podemos dejar de hacerlo o cuando el que nos escucha no está en esa línea y acaba empachado de tanta información o con dolor de cabeza de tanta intensidad.

Así pues, te invito a que observes el efecto que tiene en el otro tu comunicación y que trates de encontrar una sintonía. Y esto es más fácil cuando te comunicas con consciencia y de una manera relajada.

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