Todos tenemos una comprensión más o menos clara de que sentimos un conjunto de sensaciones a las que hemos aprendido a ponerles un nombre concreto y que encajan en un conjunto llamado emociones: alegría, miedo, tristeza, ira, ternura, etc. Sin embargo, como dijo Gregory Bateson: “El nombre no es la cosa nombrada”. Dicho de otro modo, la palabra que utilizamos para describir ese conjunto de sensaciones solo es una asociación para que nuestra mente cognitiva pueda entender “qué nos está pasando” y poder dar una respuesta más o menos adecuada al estímulo que ha generado esa reacción emocional.
Así pues, hemos aprendido de una manera intuitiva a reconocer las emociones en nuestro cuerpo y a nombrarlas a través de palabras. Pero ¿cómo hemos aprendido a comprenderlas y a gestionarlas? Desgraciadamente el sistema educativo se ha enfocado en desarrollar las inteligencias cognitiva y verbal mucho más que la emocional. Así pues, o nos buscamos la vida de adultos o seguimos estando en primaria en cuanto a nuestra inteligencia y gestión emocional se refiere.
A grandes rasgos, podríamos definir dos polos opuestos a través de los cuales hacemos una mala gestión de nuestras emociones:
- Ignorándolas. Esto ocurre cuando no tenemos en cuenta lo que sentimos. Básicamente utilizamos tres mecanismos para ello:
- Negar: cuando actuamos como si no sintiéramos lo que sentimos.
- Suprimir: cuando de una manera automática desactivamos la emoción para no sentirla.
- Sustituir: cuando cambiamos una emoción que no sabemos tolerar por otra que toleramos mejor.
- Dejando que gobiernen nuestra vida. Esto ocurre cuando nos identificamos tanto con nuestras emociones que solo reaccionamos en base a ellas. Vivimos como si solo fuéramos la emoción que sentimos y nos comportarnos de la misma manera una y otra vez, repitiendo patrones aprendidos en el pasado.
Voy a hacer una aclaración importante: todos ponemos en marcha algunos de estos mecanismos y tiene un sentido hacerlo. Cuando somos muy pequeños estamos mucho más abiertos al mundo que nos rodea y reaccionamos rápidamente a través de las sensaciones que experimentamos en nuestro cuerpo. Sin embargo, a medida que vamos creciendo, aprendemos que es mejor no expresar alguna de esas respuestas emocionales e incluso que es mejor no sentir algunas de esas emociones. Generalmente lo hacemos para sentirnos aceptados en la familia o la cultura en la que vivimos.
Algunos ejemplos:
“No llores”. “Mostrar vulnerabilidad es peligroso, se pueden aprovechar de ti”
“No tengas miedo”. “El mundo es un lugar para los valientes”
“No te enfades”. “Pórtate bien y no molestes”
…
Y así un largo etc.
Todo esto no sería un problema si no fuera porque a medida que nos vamos enredando con estos mecanismos dejamos de lado una parte importante de nosotros mismos. No solo tenemos una mente cognitiva (el intelecto) que permite analizar y planificar, también tenemos una mente somática (el cuerpo) que se comunica a través del instinto y las emociones. Así pues, cada emoción nos está dando una información valiosísima sobre cómo vivimos subjetivamente lo que pasa en nuestra vida. Como diríamos en PNL, cada emoción tiene una intención positiva y cumple una función.
Por ejemplo, si sientes que alguien te falta al respeto, no te tiene en cuenta o invade tu espacio, es muy probable que sientas ira, que no es más que una alta energía y tensión corporal que busca poner remedio a esa situación.
El problema pues, nunca va a estar con la emoción, sino con nuestra relación con ellas y con la gestión que seamos capaces de hacer de las mismas. Siguiendo con el ejemplo, la ira en una intensidad baja es una molestia que te puede ayudar a poner un límite o a moverte para encontrar una solución a la injusticia percibida. Pero en su alta intensidad se puede convertir en agresión o violencia.
Si regresamos a los dos polos de la mala gestión y los aplicamos al caso de la ira, una persona que ignora la ira negándola, suprimiéndola o sustituyéndola, tendrá dificultades en poner límites y hacerse respetar. Por el contrario, una persona que deje que la ira gobierne su vida, se comportará de manera agresiva y poco empática y probablemente acabará viviendo en el resentimiento.
Hablando de polos, podemos emparejar las emociones en polaridades según algunas de sus características. Por ejemplo, si la ira se manifiesta a través de una alta tensión y alta energía en el cuerpo, la tristeza lo hace con una baja tensión y baja energía. Por lo tanto, en este sentido, ambas se complementan y son indispensables para nuestro bienestar físico y mental.
Así pues, aunque no sea de obligada enseñanza en la escuela, para mí es importante aprender a conocernos y a gestionarnos emocionalmente. Este proceso de autoconocimiento y crecimiento a través de las emociones trae consigo varios regalos. Algunos de ellos son:
- Conectar con la vida en el momento presente. Las emociones son energía vital que necesita fluir libremente para estar conectados con el aquí y el ahora. Cuando nos desconectamos de esta energía nos sentimos vacíos y perdidos, sin rumbo.
- Gozar de mejor salud, bienestar y plenitud. Cada emoción que no fluye es un bloqueo en el cuerpo (dolor en el vientre, presión en el estómago o en el pecho, tensión en la mandíbula, etc…) que dificulta una buena conexión nosotros mismos y con el entorno.
- Mejorar la conexión entre el cuerpo y la mente y por fin comprender porque muchas veces desde la cabeza pensamos algo que creemos adecuado pero en el cuerpo aparecen sensaciones que no nos encajan con esa idea.
- Aprender a utilizar la sabiduría de las emociones, en la medida en que comprendemos el sentido que tiene que se manifieste una emoción en particular ante una determinada situación.
- Tomar mejores decisiones. Aunque analicemos con la cabeza, las decisiones las tomamos principalmente en base nuestras emociones.
Insisto una vez más, todos tenemos bloqueos y emociones que nos cuesta gestionar. Además gracias a esto nos hemos podido adaptar y sobrevivir a los desafíos que nos hemos encontrado en el pasado. Pero para mí el reto que tenemos como adultos es poder ir más allá de estos patrones rígidos aprendidos y desarrollar una mayor flexibilidad para abrirnos a nuevas posibilidades. Y el autoconocimiento a través de la gestión emocional es una muy buena manera de hacerlo.
Si quieres algunas herramientas para aprender a hacerlo, te invito a que mires el curso online de gestión emocional que he preparado para abordar todos estos temas sobre los que te he estado hablando. Son herramientas que llevo tiempo utilizando tanto en sesiones individuales como en formaciones presenciales. Pero los tiempos están cambiando… ¡Qué emoción!
Gracias por leerme.
Joan Argelich